Se despertó sudando. Su corazón palpitaba como un caballo desbocado. Era una sensación que ya había sentido varias veces en su vida.
La vida de los maestros era así, llena de incertidumbre y dudas, vagando de un sitio a otro, de ciudad en ciudad y de un pueblo a otro, hasta que te adjudicaban la plaza fija.
Abrió la ventana en plena madrugada para poder sentir el aire fresco de la noche y sintió como un sentimiento de afecto e ingenuidad le llenaba el corazón. Había sido un curso tranquilo pero lleno de ilusión, que había sabido transmitir a sus alumnos de primaria, y ellos con toda su inocencia y candidez le habían agradecido con esa lealtad que con los años se va perdiendo y jamás volvemos a recuperar.

-Es la vida de un maestro de escuela –pensó-, hasta que por fin encuentra su sitio y puede disfrutar algunos años más de una misma clase,verlos crecer y madurar, compartiendo parte de su día a día, sus sonrisas y sus lágrimas, sus éxitos y sus fracasos, intercambiando sentimientos que solo un maestro puede llegar a sentir por esos niños que pasan por su vida como un suspiro, una exhalación que deja unos recuerdos imperturbables y llenos de serenidad.
Cerró la ventana y sintiendo otra vez el cálido ambiente de la habitación, volvió a dormirse, pensando que su vida, esa vida de maestro que había elegido, seria inmensamente maravillosa.
Precioso. Y que bien expresado el sentimiento de un buen maestro.
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