Por San Antonio.

    La mañana se abre clara, fresca, límpida. Las nubes, en tonos rosados pastel se paseaban imperturbables por el cielo, como exentas de lo que pasa en la tierra y engrandecidas por su volumen y frondosidad, que las hacen majestuosas y señoriales.
   Salgo de la casa en dirección al barrio de San Antonio. Me gusta discurrir por esas calles angostas, gastadas, con aceras apenas perceptibles que las vecinas se afanan por mantener siempre limpias, barriéndolas desde primera hora de la mañana.
     Entro por Alonso Cano y las veo con su cepillo y recogedor, con su mandil color primavera. Se esmeran en demasía. Es como parte de la casa, un trocito de vivienda más que quizás se dejaron fuera y ellas como casi suyo se esmeran en arreglar para su disfrute. Dialogan tranquila y pausadamente, como si con ello pudieran alargar el momento de la mañana en la que comparten la limpieza de su zaguán de entrada con el de sus vecinas. El rítmico sonido de las escobas se mezcla con el rumor de sus voces que rompen el silencio de la mañana.
    Cruzo por la calle golondrina y el murmullo se acentúa más. En el bar de la Asociación ya hay algunos hombres compartiendo el primer cigarrillo de la mañana, charlando sobre las noticias del dia o sus achaques de la edad, que siempre les gusta señalar.
   Me saludan con cordialidad y afecto, con una simpatia quizás retraída que la hace más humana y entrañable.
     Saco mi cámara de fotos y disparo varias tomas del parque. Solo un ligero piar de pájaros de deja oir en su interior.
     Al revisar la instantánea, observo los árboles con sus tonalidades verde cadmio y marrón ocre e imagino el tiempo que están ahí, peremnes, estáticos, viéndonos pasar y observando nuestra vida fugaz que nosotros creemos eterna e imperecedera.
     Desciendo por la calle Granja y aún se puede ver un terreno olvidado, vetusto, donde se crian algunas gallinas y pollos que al paso de la gente se acercan curiosas esperando algunas migas de pan.
     Es entonces cuando mis sentidos se embargan. Cierro los ojos y un olor a pan recien hecho me envuelve, como un perfume que penetra en nuestro olfato y nos hace evocar sensaciones ya vividas y quizás olvidadas.
Y me acerco al horno de pan, donde los artesanos ya recogen y limpian la tahona con ganas ya de irse a casa a descansar.
     ¿Qué hay en estas calles, en estas esquinas, en estas plazas pequeñas, que me hacen meditar, abstraerme y reflexionar? Yo no lo sé. Me fascinan sus casas, sus vecinos, sus formas y su proceder de manera tranquila, sosegada, plácida.
      Este barrio de San Antonio, con tanto arraigo, tanta dignidad y nobleza me hace pensar que el tiempo se ha parado, que la vida nos da un respiro, un lapso en nuestra existencia para disfrutar de este barrio que nos enamora y nos conquista en todo su esplendor.

                                                                                                                 J.C.LLamas.

   


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