En la bella alberca marchita
se tiñen las
hojas de acacia
grises como un
cielo plomizo
oscuras,
llenas de añoranza.
La casa está desierta
la luna, de brillos
la baña,
el céfiro se
cuela incauto
por las
puertas oxidadas.
Y el aroma de las flores
aquellas que
no están marchitadas
hacen volver a
la vida
a esas
decrépitas ventanas.
Las rejas majestuosas,
esas que
visten las entrada
relucen
queriendo el retorno
a esa época de
vida extraña.
Los clavos del llamador,
el que fue
rojo escarlata,
resuenan
clamando lento
esperando que
la puerta se abra.
Una vez que entramos dentro
se respira
pura calma
las paredes
rebosan historia
embelleciendo
toda la estancia.
palabras que
dulces y cándidas
reviven viejas
leyendas
de La Zubia bella y blanca.
Huertas de pasado morisco
de jardines y
fuentes doradas
testigo de
amores mozárabes
y bellas
historias cristianas.
J.C: LLamas.
J.C: LLamas.